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Ser misionero hoy, mucho más que viajar

Ser misionero no es solo cruzar fronteras o recorrer tierras lejanas. Ser misionero es, sobre todo, una forma de vivir: es tener un corazón dispuesto a amar, servir y compartir la fe dondequiera que estemos. Octubre, mes del Rosario y de las Misiones, nos invita a redescubrir ese llamado universal que todos tenemos (el de ser testimonio vivo del amor de Dios en lo cotidiano), ya sea en casa, en el trabajo, en la universidad o en la comunidad.


El sentido del mes de octubre


Este mes no se trata únicamente de recordar a quienes han dedicado su vida a la evangelización, sino también de reconocer que cada uno de nosotros puede ser misionero desde su realidad. La misión comienza en el corazón, se alimenta de la oración y se refleja en los pequeños gestos que transforman el día a día de quienes nos rodean.


Octubre tiene un profundo significado en la vida de la Iglesia: es el Mes del Rosario y de las Misiones, un tiempo para orar, reflexionar y renovar nuestro compromiso con la fe y el servicio. A través del rezo del Rosario, contemplamos los momentos más importantes de la vida de Jesús y de María, fortaleciendo nuestra unión con Dios y aprendiendo de su amor incondicional.


Pero octubre también nos recuerda que la fe no se queda en las palabras o en los templos; está llamada a hacerse vida, acción y entrega. Por eso, la Iglesia dedica este mes a las misiones, para recordarnos que todos somos enviados a llevar esperanza, paz y amor allí donde estemos.


Ser misionero en este tiempo significa mirar más allá de uno mismo, reconocer las necesidades del prójimo y actuar movidos por la compasión. La misión no siempre implica grandes gestos o viajes largos; muchas veces comienza con algo tan sencillo como ofrecer una sonrisa, escuchar sin juzgar o acompañar en silencio.


En este mes, la invitación es clara: rezar, servir y amar, dejando que nuestra vida sea un testimonio vivo del Evangelio. Octubre nos recuerda que cada día puede ser una oportunidad para ser misioneros del amor de Dios.


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Ser misionero en la vida cotidiana


Ser misionero no es únicamente una vocación reservada a quienes dejan su tierra para ir a otros países. Ser misionero es, ante todo, una actitud del corazón, una manera de vivir con los ojos abiertos a las necesidades de los demás y con el deseo constante de amar, servir y transformar el mundo desde donde estamos.


Cada día, sin darnos cuenta, se nos presentan oportunidades para vivir la misión. En los lugares donde trabajamos, estudiamos o compartimos con nuestra familia, podemos reflejar el amor de Dios en lo que decimos y hacemos. No hace falta tener un título religioso ni un micrófono en la mano: basta con una sonrisa sincera, una palabra de ánimo o un gesto de solidaridad.


Ser misionero en la vida cotidiana significa convertir lo ordinario en extraordinario. Es encontrar a Dios en lo simple: en una conversación, en una tarea bien hecha, en una actitud de servicio. Es vivir con coherencia, mostrando que la fe no se guarda para los domingos, sino que se expresa en cada decisión y en cada relación.


Podemos ser misioneros de muchas maneras:


  • En la familia, cuando cultivamos la comprensión, el perdón y el amor incondicional, incluso en medio de las diferencias. Ser misionero en casa es estar presente, escuchar con atención, reconciliar cuando hay heridas y fortalecer los lazos con gestos de cariño.


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  • En el trabajo o los estudios, cuando actuamos con honestidad, respeto y responsabilidad. La misión se hace visible cuando elegimos la verdad sobre la conveniencia, la justicia sobre el silencio y la empatía sobre la indiferencia.




  • En la comunidad, cuando salimos al encuentro de quienes están solos, enfermos o necesitados. Una visita, una llamada o una oración compartida pueden ser signos concretos del amor de Dios.


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  • En los entornos digitales, cuando usamos las redes sociales para construir, no para dividir. Hoy también existe la misión digital: compartir mensajes de esperanza, defender la dignidad humana, promover la paz y la solidaridad. Ser misionero digital es elegir ser luz en medio de un espacio donde muchas veces reina la superficialidad o el desánimo.


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Ser misionero, en definitiva, es dejar que el amor guíe nuestras acciones. No se trata de grandes gestos heroicos, sino de constancia en lo pequeño: en la manera en que tratamos a los demás, en cómo afrontamos las dificultades y en cómo respondemos al mal con el bien.


Vivir la misión cada día es recordar que nuestro entorno también es tierra de misión: nuestra familia, nuestros amigos, nuestros compañeros, nuestro barrio. En cada uno de esos espacios hay corazones que necesitan consuelo, esperanza, fe o simplemente un poco de compañía.


Y cuando servimos desde el amor, algo hermoso sucede: también nosotros somos transformados. La misión no solo cambia el mundo, también cambia el corazón del que la vive. Porque cuando decidimos amar sin esperar nada a cambio, nos convertimos en reflejos vivos del amor de Dios en la tierra.


Santa Teresita del Niño Jesús decía:

"Lo único que se necesita para ser misionero es amar".


¿Y tú?


Te invitamos a vivir la misión hoy. No necesitas un pasaporte, solo un corazón dispuesto. Encuentra maneras de servir, de acompañar y de sembrar esperanza en tu entorno. Cada acción cuenta, y cada gesto de amor es un paso hacia un mundo más lleno de fe y solidaridad.


¡Únete a la misión hoy! 


 
 
 

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