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Vivir la santidad en lo cotidiano

Hablar de santidad puede sonar lejano, antiguo o reservado para personas "extraordinarias". Sin embargo, la Iglesia nos recuerda que la santidad es para todos. No es un premio para unos pocos, es una invitación que Dios le hace a cada corazón, sin importar la edad, la historia o el estado de vida.

Los jóvenes también están llamados a ser santos, aquí y ahora, en medio de sus estudios, trabajos, amistades y desafíos diarios.

¿Qué significa ser santo hoy?
Ser santo no es sinónimo de ser perfecto. Ser santo es aprender a amar como Jesús, incluso cuando cuesta. Es elegir siempre el bien posible, buscar la verdad, practicar la justicia y dejarse transformar por Dios en las pequeñas decisiones de cada día.

Santidad en lo cotidiano: gestos simples que transforman


La santidad se vive en lo ordinario. No siempre aparece en grandes acciones, sino en gestos que parecen pequeños, pero abren el corazón a Dios.

1. Ser luz en tus relaciones
  • Tratar con respeto y paciencia, aunque estés cansado.
  • Evitar comentarios destructivos o chismes.
  • Elegir reconciliarte cuando hubo una ofensa.
  • Ser un buen amigo que escucha, acompaña y anima.

2. Estudiar o trabajar con responsabilidad
Hacer lo que te toca con amor y compromiso también es un camino de santidad.Ofrecer tus esfuerzos a Dios convierte lo ordinario en oración.

3. Cuidar tu vida interior
  • Dedicar unos minutos al día a hablar con Dios.
  • Leer un versículo del Evangelio.
  • Ir a Misa, aunque sea una vez entre semana.
  • Buscar el sacramento de la Reconciliación.
La santidad crece cuando se riega la amistad con Dios.

4. Servir sin quejarse
Ayudar en casa, en la parroquia o en la comunidad aunque nadie lo note. La santidad real es silenciosa, pero poderosa.

5. Vivir con coherencia
Ser la misma persona en público y en privado.Tener un corazón íntegro, que elige el bien incluso cuando nadie lo ve.

Jóvenes que inspiran
La santidad también tiene rostro joven. A lo largo del mundo, muchos chicos y chicas han demostrado que es posible vivir el Evangelio con alegría, entrega y autenticidad. Sus vidas (a veces breves, pero siempre luminosas) nos recuerdan que Dios sigue actuando en la juventud.

Carlo Acutis (1991-2006)
Carlo fue un joven como cualquiera: le gustaban los videojuegos, los animales, la pizza y pasar tiempo con sus amigos. Pero lo que lo hacía diferente era su amor inmenso por Jesús en la Eucaristía. Desde niño entendió que la Misa no era una tradición familiar, sino un encuentro real con Dios.

Carlo usó su talento para la tecnología —era casi un genio de la informática sin haber estudiado programación formalmente— para crear una exposición digital sobre los milagros eucarísticos alrededor del mundo. Su objetivo era simple pero profundo: ayudar a otros a redescubrir que Jesús está vivo y presente.

Vivía su fe con alegría, sin exageraciones, siendo coherente con sus valores en la escuela, en internet y con sus amigos. En su corta vida enseñó que se puede ser santo sin dejar de ser joven, moderno y lleno de energía. Su frase más conocida lo resume todo:“La Eucaristía es mi autopista hacia el cielo.”

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Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897)
Teresita tenía un sueño: llegar al cielo amando a Jesús con todo su corazón. Era sensible, tímida y muy humana, pero encontró en las pequeñas acciones de cada día un camino sencillo y accesible para todos.

Aunque vivió en el siglo XIX, su mensaje es sorprendentemente actual:no hace falta hacer cosas “grandes” para ser santo; basta hacer las cosas ordinarias con un amor extraordinario.

En el convento donde vivió como carmelita, Teresita se dedicó a amar en silencio: una sonrisa cuando no tenía ganas, una palabra amable a quien la trataba mal, un pequeño sacrificio ofrecido a Dios. Ese estilo de vida, que ella llamó “la pequeña vía”, cambió la espiritualidad de la Iglesia entera.

Murió joven, a los 24 años, pero dejó una huella inmensa: es doctora de la Iglesia y patrona de las misiones sin haber salido nunca de su monasterio. Su vida recuerda que la santidad empieza en el corazón y en lo cotidiano.

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Beata Chiara Badano (1971-1990)
Chiara era una joven italiana que amaba el deporte, la música y pasar tiempo con sus amigos. Tenía una vida normal, llena de sueños, estudios y planes para el futuro. A los 17 años le diagnosticaron un cáncer muy agresivo. Lo que podría haber sido el final de todo, para ella se convirtió en un camino de amor.

En vez de desesperarse, Chiara decidió vivir cada momento diciendo:“Para Ti, Jesús.”Repetía que lo único que quería era hacer la voluntad de Dios, incluso en el sufrimiento. Sorprendía por su luz interior: animaba a otros pacientes, consolaba a su familia y ofrecía su dolor por la Iglesia y por los jóvenes.

Antes de morir, pidió que su funeral fuera una fiesta, porque “no había perdido la vida, sino que la estaba ganando”. Su alegría en medio de la cruz sigue inspirando al mundo entero: demuestra que la fe puede transformar incluso los momentos más difíciles en un acto de amor.

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Beata Claire Crockett (1982-2016)

Claire Crockett nació en Derry, Irlanda del Norte, en 1982. Era una joven extrovertida, carismática, divertida y con un talento natural para las artes escénicas. Desde niña soñaba con ser actriz, y a los 14 años ya había ingresado al mundo del entretenimiento: trabajaba en televisión, presentaba programas y comenzaba a hacerse un nombre en la industria.

Con la fama temprana llegaron también las fiestas y los ambientes adultos. Rodeada de personas mayores, Claire cayó rápidamente en un estilo de vida desordenado: alcohol, excesos, noches interminables y amistades superficiales. Ella misma admitiría después que buscaba constantemente sentirse aceptada, querida y validada, pero nada lograba llenar el vacío que llevaba en el corazón.

Tenía todo lo que una adolescente podría desear: fama, dinero, encanto, viajes, libertad. Pero su interior se estaba apagando. Se sentía perdida, sin rumbo, sin propósito. Era una vida acelerada hacia afuera, pero profundamente rota por dentro.

Un Viernes Santo, casi por accidente, aceptó ir a un retiro. Llegó sin interés, sin fe y sin intención de cambiar. Pero durante la adoración de la cruz sintió, por primera vez, que Jesús había dado la vida por ella, incluso en medio de su desorden, sus excesos y sus heridas.

Esa certeza la sacudió profundamente. Lloró, se quebró, se abrió. Sintiéndose mirada y amada por Dios, descubrió una paz que jamás había experimentado en fiestas, trabajos o relaciones. No fue aún una conversión inmediata, pero sí un llamado claro: su vida necesitaba un giro radical.

En los años siguientes, Claire fue abandonando poco a poco su vida anterior. El proceso no fue perfecto ni rápido, pero cada vez que volvía a los excesos, sentía más fuerte el llamado de Dios a algo más grande.
Finalmente, tomó una decisión valiente y radical: renunció a su carrera de actriz, a la fama, a las fiestas y a su círculo social. Ingresó a la comunidad Siervas del Hogar de la Madre, donde su alma encontró la alegría verdadera que siempre había buscado.

Su lema de vida desde entonces fue: "O todo o nada". Porque entendió que el amor real no se vive a medias.

Como religiosa, Claire se volvió aún más alegre, espontánea y auténtica. Le encantaba actuar, cantar y hacer reír a los demás, pero ahora lo hacía para llevar a otros a Dios. Trabajó con jóvenes, niños, familias pobres y en misiones de evangelización. Quienes la conocieron hablan de su sencillez, su carisma contagioso y su capacidad de transformar ambientes solo con su presencia.

En 2016, Claire fue enviada a una misión en Playa Prieta, Ecuador, donde colaboraba en un colegio y vivía con otras hermanas y jóvenes. Allí servía con alegría, dedicación y espíritu misionero.
El 16 de abril de 2016, un terremoto de magnitud 7.8 sacudió la región. El edificio donde Claire estaba reunida con un grupo de jóvenes se derrumbó completamente. Ella murió intentando poner a salvo a las chicas que tenía a su cuidado. Su muerte fue un acto de amor coherente con toda su entrega: vivió para Dios y murió sirviendo.

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La vida de estos jóvenes con sus luchas, dudas, búsquedas y encuentros con Dios nos recuerdan que la santidad no es para unos pocos elegidos, sino para todos los que se atreven a abrir el corazón. Ellos caminaron en un mundo como el nuestro, lleno de ruidos, distracciones y heridas, pero descubrieron que seguir a Cristo era el camino más humano y más pleno.

Que su testimonio nos anime a preguntarnos hoy: ¿Qué puede hacer Dios en mí si le doy mi sí?


 
 
 

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